Escritores anfibios que escriben versos y prosas, cuatro premios Alfaguara que bromean como viejos conocidos y un repaso a las expresiones literarias desde el Popol Vuh hasta Ixcanul.
Por Pedro Fonseca
I
El jueves amanece temprano y caliente en Managua. En el cuarto día de Centroamérica cuenta 2017, el calor y la cantidad de actividades también aprietan a los escritores y a sus seguidores. En el pequeño, pero valioso seno de la historia y las ciencias sociales del país, el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA), en la Universidad Centroamericana (UCA), se celebra un simposio sobre la literatura latinoamericana. A lo largo de las conferencias, los estudiosos exponen sus experiencias conjugando la historia, la cultura y las más grandes expresiones literarias desde el Popol Vuh hasta Ixcanul.
Ileana Rodríguez, investigadora del IHNCA, relacionó la importancia del reconocimiento del otro y sus representaciones en el arte centroamericano contemporáneo. Mientras que Julio Escoto para hacer alusión a los otros, narró una de sus experiencias durante los 80, en plena revolución nicaragüense. Recordó que por el bloqueo económico de la época se escasearon muchos productos de consumo. Entonces, todos los hombres sindicalistas reclamaban. Pero la agitación llegó a un punto peligroso, cuando se informó en las reuniones a la gente que los productos de maquillaje y de belleza también serían escasos y por supuesto, las primeras en reclamar fueron las mujeres. De ese reconocimiento del otro, de la otra, contó Escoto.
Antes de mediodía, en la Alianza Francesa, toma la palabra el francés Adelino Braz para la conferencia “El sentido de la existencia según Albert Camus: del absurdo a la rebelión”. Braz, doctor en filosofía, a quien las palabras y las ideas sobre Camus le surgían como soplos, los sesenta minutos fijados para la conferencia se le fueron volando. Sin duda, la influencia de Camus y Malraux en la literatura universal, es imprescindible, y esto se dejó sentir en los distintos conversatorios sobre estos autores.
Escuchar las jocosas conversaciones de los escritores y compartir con ellos comidas, paseos por la ciudad y hasta una que otra copa, no hizo más que revelar la cercanía entre los autores y sus lectores, esa magia de donde surgen sus personajes y las vivencias que han llevado a estos maestros de la escritura a tejer historias asombrosas.
II
El jueves después del almuerzo, a la hora en que Managua es presa del ruido ensordecedor del tráfico y de los buses abarrotados de esa tromba humana que viene de clases o simplemente anda buscándose la vida, los escritores se toman la fotografía de grupo.
El fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, quien la noche anterior inauguró la exposición Objetivo Mordzinski, con decenas de retratos de escritores en el Centro Cultural de España en Nicaragua (CCEN), entre ellos Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, Ernesto Sabato, Sergio Ramírez; ensaya ahora el retrato grupal de los autores que vinieron a este festival. “Foto de familia de la presente edición de Centroamérica cuenta, ¡tomada dentro de mi colegio Centroamérica”, escribió en su cuenta de Twitter el cantautor nicaragüense Hernaldo Zúñiga.
El calor derrite, exprime los cuerpos. Algunas escritoras vestidas con ropas de telas frescas usan los abanicos que han traído. De vez en cuando los comparten con sus colegas. Algunos, como buenos escolares, improvisan abanicos de papel. Como Sergio Ramírez, presidente del festival se demoró en llegar, Mordzinski tramó una broma en su contra. Les pidió a los autores que cuando llegara soltaran un sonoro “¡Uuuuuh!”, que se fundió en sonoras carcajadas. Y justo antes de hacer clic a la cámara, se aparece Andrés Neuman como teletransportado, sin proponérselo, su entrada intensificó el jolgorio.
En ese momento de recreo, antes de continuar con sus agendas, los escritores hablan de política, comparten experiencias personales. Managua es vista como una ciudad agridulce, misteriosa y hasta divertida por esos adornos metálicos de colores: los árboles de hojalata que se encuentran instalados en distintas avenidas y en las rotondas de la ciudad, y que llaman la atención de los ojos extranjeros desde antes de aterrizar en el aeropuerto.
Tras la pausa, cada uno busca sus respectivos buses para cumplir con la agenda trazada, aprovecho el momento para entablar una breve conversación con una de las narradoras.
— ¿Está ocupado ese espacio? Pregunté a la escritora costarricense Roxana Pinto que estaba sentada en los primeros asientos junto a la puerta del microbús.
— No, para nada, respondió. Lo que pasa es que la corriente de aire acondicionado va directo a ese espacio y no quiero que me dé a mí.
—Ah, pues perfecto, porque yo justo lo que ando buscando es un sitio donde refrescarme. Dije y nos partimos de la risa, acomodamos nuestros »maritates» para no incomodarnos mutuamente.
De una plática sobre el clima, el menú del almuerzo y el calor terrible que hacía a esa hora, llegamos involuntariamente a conversar sobre dos de nuestras más grandes pasiones: las letras y la Diplomacia. Resulta que la escritora Pinto fue diplomática de su país en Francia por muchos años y yo me gradué de Diplomacia en la Universidad Americana de Managua (UAM). Y así, de repasar asuntos políticos, algunos avatares de la vida y sus experiencias literarias, ella me habló sobre su última novela Ida y vuelta, cuya protagonista es una joven pintora costarricense que vive en París y cuenta sus peripecias en la gran ciudad cosmopolita. Su intención como escritora fue retomar los miedos, las pasiones y la emoción aventurera de salir de la tierra propia y experimentar una nueva vida en otro país. Asimismo, matizado con la visibilización de quienes históricamente han sido discriminadas: las personas sexualmente diversas, las personas de piel oscura, entre otras, en una labor honorable de reconocimiento y valoración del otro.
Con los costarricenses Daniel Quiroz, escritor y profesor de literatura, y Fernando Chaves, periodista; optamos por considerar un café caliente en el pintoresco cafetín de la Alianza Francesa para climatizar el cuerpo, pero fracasamos en el intento. De lo que sí pudimos conversar, fue de nuestras perspectivas como centroamericanos y de los múltiples factores que aunque se crea que nos dividen, nos terminan uniendo.
III
La tarde cae y Piedad Bonnett, escritora colombiana, comparte conversatorio con otros autores “anfibios”, a los que se les llamó así porque deambulan entre la poesía y la novela, por su necesidad involuntaria de hacer versos y su compromiso literario de escribir prosa. Entre otras cosas, contó que su vocación de poeta surgió con prontitud en la adolescencia y que aún se levanta por las madrugadas a escribir los versos que surgen en su inconsciente, sobre todo en largas noches de insomnio. Junto con Andrés Neuman, Gioconda Belli y Mercedes Cebrián, develaron los secretos de usar a veces el sombrero de narrador y otras de poeta. Los autores se trataron con cierta familiaridad, sonrieron, fluyó una plática natural como la de amigos que sacan sus mecedoras y se sientan en una acera nocturna de León.
Ese tono de viejos conocidos, se mantuvo luego entre Sergio Ramírez Mercado, Neuman, Luis Leante y Eduardo Sacheri, autores de distintas novelas, pero todos con algo en común: ser premio Alfaguara en distintos años. Ramírez puso pistas sobre la mesa y los autores ahondaron en sus historias. Para Sacheri, con La noche de la Usina, novela premiada en el 2016, la tercera fue la vencida. Contó que antes de ganar el Premio Alfaguara, lo intentó dos veces. Mientras que Leante, quien escribió la novela Mira si yo te querré con la que ganó el premio en el 2007, dijo que la gira por muchos países que implica el premio, fue lo mejor. Conocer a tanta gente y tantos lugares, fue para él, el verdadero premio. En cambio, Neuman, autor de El viajero del siglo, obra premiada en el 2009, contó que cuando tuvo la certeza de que en realidad había ganado, se fue saltando y dando patadas al aire a una pelota de fútbol imaginaria .