Por Greta García | Madrid
El 1 de diciembre de 2022 me mudé a Madrid —aunque yo nunca digo Madrid, yo digo Madrí o, con la coña, Madrizzz—.
Dos meses después, encontré alquiler. La gente me dice: ¡qué rápido!, ¡qué barato! Boh, lo pongo en duda. A mí la gente de Madrí me acojonó con el tema vivienda, por eso yo, terca, me hice reina queen bitch de idealista con alarmas y detectores.
Después de varias llamadas, esperas y whatsapps con desconocidos, de pasar mis papeles de autónoma, mis declaraciones de la renta, mi DNI y mis colonoscopias, fui aceptada para ver un piso. Me vestí pija, fajo billetes, vacilona total, para tirárselos a la de la inmobiliaria y ¡chás!, la sevillana con cara de guiri consiguió un piso enano y caro y sucio y sin muebles, que comparte con una amiga y su perro. Dabuti tronca me renta mazo.
Total, que ya llevo en Madrí unos meses y, para no sentir cómo mi vida se desvanece en el metro, intento caminar. Camino y camino y flipo con la de gente que hay en Madrí. Si ya me cuesta entender el porqué de mi existencia, cómo voy a entender qué cojones hacemos tantos humanos en un mismo sitio. Polución, turistas, obras, fulanos, perros, coches, mierdas, bolardos, escaleras (muchísimas), policías, moscas, carteles de la Ayuso por aquí y los de un Chayanne sin paletas por allá. Y ahí va la gente y se mete en el Primark esquivando a otra gente con las piernas amputadas en la puerta.
Es como si todas, todos, todes, sin reunión ni votación ni firma de contrato alguno, hubiéramos pactado una coreografía que va más allá de cualquier plan de gobierno u ordenanza europea y que depende de algo superior, no sé si divino, que voy a llamar, aquí, en esta crónica, bailar. Por la cara. Porque la coreografía me consuela. ¿Qué queréis que os diga? A veces es mejor centrarse en las rotaciones, rebotes, pausas y caídas y olvidarse de las personas y sus problemas. Propongo que Madrí sea un baile y que las personas que la habitamos seamos sus bailarinas.
Me centraré en la coreografía de mi caminar, el que conozco, un domingo de verano, saliendo del Barrio de Carabanchel. Empieza así: pie derecho al suelo, pie izquierdo. Se arrastran hasta encontrar unas chanclas de plástico rosa. Flip y luego flop. Un dos, un dos. Me relaja el sonido del chancleteo, pachorro; mis caderas van suaves y mis brazos hacen swing. Auuú: aúllan dos perros porque nadie los saca a pasear. Dios, ¡puto calor!: grita Luis, el del ático. Sal de ti… sal de ti: canta la desconocida del cuarto B. Huele a fuego. Flip flop. Chen entra en su apartamento mientras Marian sale del suyo y baja con trote suave. Tocotó tocotó. Marian es de Paraguay, a veces, hablamos en la puerta de su casa, que siempre está abierta, sobre recoger firmas para denunciar a los dueños, un fondo buitre, porque suben los precios a su gusto y el bloque da asco. Desciendo 300 escalones como un pequeño poni. Flip y flop.
En el bajo, está Omar. Pausa, mirada, mandíbula. Hola, vecina. Hola, vecino. Abro el portal, le cedo el paso y me pregunta: ¿ee vienes al gym? Le respondo que hoy no, que hoy paseo. Pum. La puerta choca, no se cierra, pues no tiene cerrojo. Conocí a Omar atrofiando dorsales, me contó que vino desde Senegal y que curra asfaltando carreteras; mientras yo hacía tríceps con polea, él me decía que en su bajo no había ventilación. El gimnasio es un baile aparte, lleno de fluidos y gérmenes que Óscar extermina; él me dijo, un día: por el acento, debes ser del sur. Me explicó que los pull-over se hacían sacando el culo y me contó que era de Perú. Y yo le dije: qué guai, mencantaría ir a Perú.
Pero estaba saliendo del bloque: Flip y salto una mierda. Flop y cuello a un lado, al otro… no cars, c´mon, Greta, Madrí es tuya. Paso delante de la Iglesia, un corro de adolescentes revolotea en bandada, como las palomas que los rodean. Un viejo con boina les echa pan, usando la energía justa, economizando, como manda la edad. Las migas caen, las alas se abren, me hago a un lado y veo un gato atropellado. En la radio de la quiosquera suena: nueva ola de calor. Una mujer sirena en el suelo, cabizbaja, en paños, con un vaso vacío en la mano, es el silencio en esta calle, que cruza el barrio. ¿No le duele todo tan quieta? A mí me retuerce la entraña y justo huele a gallinejas y entresijos. Reconozco el olor porque hay un cartel que pone: gallinejas y entresijos. Este bar es de los pocos auténticos que quedan en Madrí. Por eso acepté una cita para probarlas. Creí que iba a vomitar, pero el chico era guapo y me hizo reír y yo me tragué las tripas fritas feliz.
Una voz me frena: ¿sabes cuánto dinero es esto? No sé contar. Dos euros y medio. Gracia. De ná. Flip flop. Me fumo el humo de dos chavales con chándal negro y calcetín blanco. Un colega dice que volvió a fumar porque, cuando lo dejó, empezó a oler lo mal que huele Madrí. Semáforo verde. Intermitente.
Aligero. Flip flop, flip flop. Un coche derrapa. ¡Dios santo! ¿Casi muero? Suena un Ninoninonino. ¿Vendrán a salvarme? No, la que ha muerto es otra, menos mal. Flip flop. En la terraza del kebab los cuerpos se reclinan, beben, besan, comen, chatean, fuman. Una multitud sale del metro como lava de volcán. Una mujer vende papas rellenas. Nadie las compra. Otro paso de cebra y otro semáforo verde que parpadea. Una vieja con andador en mitad del cruce, calculo que la atropellarían antes que a mí, así que corro y llego a la otra acera antes de que la luz cambie: muere, vieja.
Estoy en el puente de Toledo. ¿Por qué de Toledo si está en Carabanchel? Podría preguntarle a la IA, pero prefiero imaginar que es un portal espacial que teletransporta abuelos en bancos. Ellos abren las piernas, ellas las cruzan: la del moño como nido da una cabezada. Una teenager le dice al móvil: hola bebé, cuando una rama cae al suelo y es aplastada por unos patines de luces. En el césped, un hombre solitario hace abdominales. A la Martha Graham, muere en cada contract y nace en cada release, como quien caga con hemorroides. Va de freelance frente a un grupo fitness. En círculo, hacen jumping jacks, burpies, mountain climbers y esas cosas; eso que se llama HP, por Hijo Puta, porque saltas y bajas en plancha al suelo, flexión y arriba de nuevo mientras el monitor dice: vamos, muy bien, qué rico te sale. Sudo al verlas. Pero también porque hace un calor apocalíptico.
Puente del Matadero – Madrid Río | Fotografía por Edu León
A cuatro metros, una pareja se revuelca salvaje. Torpean con la técnica del Contact, que una amiga de los bailes llama el Tontac. La cosa es que fluyen a su manera y están cachondas, ¿qué más se puede querer? Flip flop. Cruzo al otro lado del río, donde hay fuentes y la gente se despelota, agustísimo. Aquí se organizan en pandillas y sacan tappers de comida. Unos posturean a lo griego, otros hacen el baile del voleibol y otros el del porrito. La mayoría son familias latinas, dándole el mejor uso posible a lo público: lo ocupan y gozan. Algunos chavales asiáticos venden cerveza a uno, dos o tres euros. También hay quien vende paraguas, para cuando hagan falta.
Suena, al mismo tiempo, reguetón, hip hop, trap, pop, merengue y mi chancleteo pachorro: flip flop. Niñes en bañador corretean por la fuente: uno resbala y se golpea la cabeza. Cloc. Club de Bachata: dibujan con sus columnas varias eses de serpiente suave sensual. Hay quienes practican solas, por su lado. Un grupo de niñas hace un coreo de ocho pasos: yo no soy ni voy a ser tu bizcochito… pero tengo to lo que tiene delito. Mi barriga ruge al son de una guitarra y en la pista de skate las ruedas. Dos chicos chocan en el aire ¡Pom! Y, de pronto: ¡rrrrr! Sierra mecánica. Stop. Están talando un árbol. Ahora mismo: están talando un árbol.
El plan es talar 10.000. Pondrán una nueva línea de metro porque eso viene bien, porque eso dijo no sé quién, porque eso da votos, porque eso da dinero, porque eso… blablablá. El árbol: ¡pum! Cae al suelo. ¡cataplaf! Pronto será lapidado por el cemento. Imagino a Greta Thunberg atada a un árbol y me digo: joder, algo tendría que hacer pa seguir el ejemplo de mi tocaya, que además es sueca, como mi madre. Esa otra Greta lucha de verdad: hasta Björk la pone en sus conciertos. Y yo ¿qué hago por el planeta? ¿Bailar? ¿Escribir sobre Madrí? Me dan ganas de llorar porque Madrí, eso sí, es una buena ciudad para llorar: nadie te molesta por caminar o llorar.
Aunque quizá lloro por cosas que no identifico pero que llegan todas juntas, cuando me detengo, y porque acaba de caer el árbol de 8 metros. Me quito una de las chanclas y se la tiro al hombre del serrucho. ¡Toma! El hombre mira hacia arriba como si le hubiese caído un coco. Le tiro la otra chancla. No acierto. Corro como el indomable Spirit, me interpongo en su camino: ¡Nooo! Al hombre del serrucho se le cae el serrucho y me corta un brazo. La sangre sale como una ducha a presión. Lo baño de sangre y me meo encima y me cago toa en Madrí Río y vomito en el césped de Madrí Río y me desmayo en Madrí Río y me pregunto: ¿y el río?, ¿dónde está el río de Madrí Río?
Créditos
Texto: Greta García
Fotografías: Luis Soto
Curaduría y edición: Emiliano Monge
Centroamérica Cuenta | Madrid, España, septiembre 2023
Este texto forma parte de Cuenta Centroamérica, la sección de crónicas del festival donde escritores o escritoras participantes se sumergen en la ciudad que los acoge acompañados de fotógrafos y fotógrafas locales.