Es un verdadero honor para mí presentar el legado de Claribel Alegría, una mujer que quise y admiré enormemente, una maestra de vida y de poesía. Nacida en Estelí un 12 de mayo de 1924, creció en San Salvador, se casó con Bud Flakoll y ambos se amaron con un amor que jamás envejeció, tuvieron tres hijas y un hijo, vivieron en el Deja en Mallorca y se trasladaron a Nicaragua en 1979. Claribel murió el 25 de enero de 2018. Entre los muchos premios que recibió, el que más la hizo feliz, fue el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que ganó en 2017.
Parafraseando a Rubén Darío, diría que era “la mujer que tenía corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, la mínima y dulce Clara Claribel”
Gracias al Instituto Cervantes, en nombre de la familia Flakoll-Alegría y de toda la gran familia afectiva de Claribel Alegría en el mundo, por acoger y guardar los importantes objetos memoriosos que hoy depositaremos en la bóveda de la Caja de las Letras de esta institución.
En la caja dedicada a Claribel quedará:
Un ejemplar de su primer poemario, Anillos de silencio, publicado en 1948 con prólogo de José Vasconcelos.
A los 18 años, mientras estudiaba en Nueva Orleans, Claribel le escribió al gran poeta español Juan Ramón Jiménez. Resultó que él ya había leído algunos poemas de ella en la revista Repertorio Americano. Impresionado por su incipiente talento, este poeta, Premio Nobel de Literatura, no sólo le contestó, sino que la convenció de mudarse a la ciudad donde él vivía, para tomarla bajo su tutela. Y ella lo hizo. Dejó la beca que tenía en Nueva Orleans y partió a Washington donde se pagó su universidad trabajando como secretaria y traductora. Tres tardes a la semana ella visitaba a Juan Ramón Jiménez. “Juan Ramón me quitó todas mis ínfulas porque yo llegué diciendo que el verso libre era lo que más me gustaba, y Juan Ramón me dijo, ah, sí, muy bien, y ¿qué sabes tú de la rima, y que sabes de los sonetos, y qué sabes de las décimas? ….no sabes nada” –me dijo. Ella cuenta que la hizo leer los mesteres de juglería y los de clerecía y que jamás le dijo una palabra de aliento, más bien le decía: “qué verso más flojo”, “esto es cursi”, “esto es un lugar común” y que ella se iba a su casa llorando, a seguir intentándolo. Después de tres años, Juan Ramón y su esposa Zenobia le dieron la sorpresa de mostrarle el libro que editaron con los mejores poemas que ella había escrito. Ese libro fue “Anillo de silencio”, el que hoy depositaremos aquí,
Juan Ramón Jiménez confrontó a Claribel con el temido lobo del lenguaje, el más fiero, pero también el más seductor, y ella lo enfrentó. Si hay algo patente en la obra de Claribel es la notable exactitud y precisión de su palabra poética, de esa voz suya que ella trabajó como si fuese un instrumento recién inventado.
La vida que contó Claribel en sus poemas fue una vida plena donde no faltó el amor, ni la tensión, ni las dudas, ni el dolor ajeno así como la maternidad, o las trampas insidiosas de la cotidianeidad y sus comodidades. En su poesía, el rango de temas, la amplitud de su mirada no cesa de producir revelaciones y un resplandor a veces visto tras una rendija o a la luz de un relámpago. Detalles y giros dan a sus versos una densa y fascinante complejidad. La intimidad y profundidad de su voz es un prodigio de precisión, de sencillez. Lo que dice lo dice sin anuncios de trompetas, sin artificios. He allí donde reside la perfección magistral de su poesía. Los poemas son construcciones leves que guardan un exquisito equilibrio. Todo el edificio se sostiene o levita en ocultos puntos de apoyo. Los poemas de Claribel son delgadas columnas. Las palabras van fluyendo unas sobre las otras como si vertidas dentro de una formaleta que se va solidificando y textualizando a medida que una muy suya ley de la gravedad va haciendo calzar los versos unos sobre otros, con un ritmo sonoro que bien podríamos bautizar como el “clarilegro” por ser tan característico, tan propio de ella. La poesía de Claribel no sólo alcanza una perfección formal pocas veces vista en Centroamérica; sino que consuma el a menudo incompatible matrimonio entre las formas y el contenido social.
Su legado también incluye el testimonio de sus amistades profundas: Dos cuencos para mate. Uno se lo regaló Eduardo Galeano y otro Julio Cortázar. Ambos la acompañaron en distintos períodos. Yo recuerdo cuando estuvo con Cortázar en una vigilia por la paz en la frontera de Nicaragua, cuando la revolución de 1979 sufría los ataques de la contrarrevolución financiada por la Administración Reagan. Me emociona pensar en el aliento de esos dos grandes escritores, aficionados al mate, guardados en esos cuencos. Lo imagino flotando en la bóveda y conversando con Claribel, con Ernesto Cardenal y con tanto hálito poético allí guardado.
También permanecerá aquí el índice manuscrito de su poemario “Voces”, la página inicial con una cita de Fernando Pessoa que dice: “Ser poeta no es una ambición mía; es mi manera de estar solo” y la dedicatoria a sus bisnietos Lea, Emily, Maxime y Camille.
Se guardará también un texto extenso escrito por su hijo Erik Flakoll Alegría.
Creo que esta adición a la caja de las letras del Instituto Cervantes la llenará de la suave risa cantarina de nuestra poeta.
Igual que a sus hijos, creo que a todos nos deja este testamento:
- Testamento
A mis hijos
Les dejo
una escalera
tambaleante
inconclusa
tiene peldaños rotos
otros están podridos
Y más de alguno
entero.
Repárenla
elévenla
suban por ella
suban
hasta tocar
la luz.