Escritores venidos de muchas partes peregrinan hasta este pequeño país y se reúnen en una ciudad tan surreal como devastada. Consigo traen historias, tragedias y nostalgias, la condición humana no ha dejado de maravillarles.
Por Fátima Villalta
“El destino se te anticipa, como los griegos” nos decía Piedad Bonnett, la escritora colombiana que estaba sentada justo a mi lado. Ya todos almorzaron en el Hotel Barceló, en la mesa hay un par de escritores salvadoreños que sorben su café mientras escuchan a Bonnett hablar sobre Daniel, su hijo de 28 años que se suicidó en el 2011 luego de padecer durante casi 10 años las psicosis y depresiones propias de un esquizofrénico. En la mesa nadie sabe qué decir, Piedad se nota conflictuada, un día antes había participado en una conversatorio titulado Escribir sobre o desde el dolor y la escuchamos hablar sobre lo difícil que fue, escribir sobre el suicidio de su hijo, no sólo por lo doloroso del hecho sino por lo culpable que Piedad se sentía al no poder evitar sentir que esta era una historia que merecía ser contada. No se trataba de una forma de duelo ni de un homenaje a Daniel, se trataba de la tragedia presente en la literatura desde los clásicos, por eso, ella sentada frente al comedor habla de los griegos mientras muestra fotos de su hijo. “Pensé que iba a poder pero no pudo, él luchó y luchó pero no pudo”, se lamenta Piedad. Por un momento pensamos que rompería en llanto, no lo hizo, se quedó en silencio unos segundos.
Justo ahí es donde se encuentra la tragedia, en la desesperación y en la inutilidad de la lucha, en el callejón sin salida que se había convertido la enfermedad de Daniel. “Todo lo trágico se basa en un contraste que no permite salida alguna” decía Goethe. Mientras Piedad sugiere la posibilidad del suicidio como salida, en nuestra mesa Roberto Salomón un teatrista salvadoreño y Elena Salamanca una escritora de la misma nacionalidad, piensan en sus propias nostalgias y recuerdan lo difícil que ha sido asistir a esta edición del Centroamérica Cuenta sin Ricardo Lindo, un reconocido escritor salvadoreño que los acompañó en la primera edición del festival, en febrero de 2013. Para ellos no se trata nada más de la muerte de un hombre talentoso sino de la ausencia de un valioso amigo que había hecho suyo el lenguaje de mar. “Pienso en los peces en las profundidades. /Pienso que están vestidos de muy tristes escamas/ y se mecen como sonámbulos en la oscuridad”, escribió en el poema Bello amigo, atardece.
Unas horas antes, en la Alianza Francesa, otro grupo de personas nostálgicas hablaban sobre un escritor fallecido, esta vez se trataba de Franz Galich, el narrador guatemalteco que nos dejó el mejor retrato de la Managua urbana y de posguerra. “A las seis en punto de la tarde, Dios le quita el fuego a Managua y le deja la mano libre al Diablo”. Era difícil no pensar en el inicio de la novela Managua, Salsa City al escuchar el nombre de Galich. A diez años de su muerte, la mesa rinde homenaje a su multifacética obra. El alemán Werner Mackenbach y el nicaragüense Erick Aguirre rememoran la vida de Galich en Managua y su gran obsesión con lo lúdico y el lenguaje. En cambio, Dante Liano y Lucrecia Méndez de Penedo, ambos académicos guatemaltecos, recuerdan al joven Galich. Dicen que el guatemalteco salía por las noches a recorrer los barrios de Managua, le intrigaba averiguar cómo se vivía en esta ciudad, y más aún, apropiarse de un lenguaje particular para nombrar las cosas de la vida cotidiana. “Era muy vital”, dice Lucrecia, y al decir esto se refiere a que las actitudes de Galich rozaban en la ingenuidad. Firmaba sin seudónimos los artículos que publicaba en el periódico, en un país que vivía una cruenta represión y donde un grupo de jóvenes intentaba involucrarse en la producción cultural a pesar de la violencia. “Teníamos urgencia de vivir el momento”, dice Dante mientras cruza miradas con Lucrecia y Werner.
No era por azar entonces que en otra mesa un grupo de escritores centroamericanos discutiera sobre la literatura que se escribe en la región. ¿Es Centroamérica vista desde afuera como una región que escribe sobre el conflicto armado? Las opiniones están divididas y en el aire queda la pregunta: ¿cuánto tenemos que contar para sanar? Pero tan importante como esto es ¿Quiénes son nuestros lectores?; porque la literatura sin lectores debe ser como la tragedia que pensó Goethe, es una contradicción que no permite salida alguna.
Más pequeño. Más conciso. Lectura para no lectores. Sólo las primeras 30 palabras. 20 segundos, 10 segundos, 5 segundos decidirán que un usuario abandone o no un sitio web. Sobre estas ideas tan ampliamente difundidas periodistas y escritores reflexionaron sobre la literatura periodística o “el periodismo bien escrito” como lo llama Alberto Salcedo Ramos, periodista colombiano que participa en el conversatorio “Crónica periodística y literatura” junto a Manuel Jabois de España, Sabrina Duque de Ecuador y Clara Obligado de Argentina, en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra. Nadie habla de objetividad, sino de historias reales tan bien contadas que parezcan ficticias. No en vano Salcedo anduvo por tres años tras los pasos de Kid Pambelé, “el hombre más famoso de Colombia” como una vez bromeó García Marquez, o más bien “el hombre que nos enseñó a ganar a los colombianos” como diría Salcedo. Pambelé una especie de anti héroe es transformado en un personaje entrañable, un boxeador de fama internacional reducido a la locura y que en sus excesos vuelve a creer que aún es campeón mundial de boxeo. Pambelé se convierte entonces en un dios desterrado del Olimpo, y aunque las comparaciones resulten odiosas entiendo por qué Piedad Bonnett no pudo evitar pensar en las tragedias griegas como la mejor forma para ejemplificar la condición humana, de esto es que se encarga la literatura.