Hace casi ya medio siglo, con motivo de los 150 años de la independencia de los países de la región, celebramos en San José el Primer Festival Cultural Centroamericano bajo los auspicios del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) y el gobierno de Costa Rica, bajo la presidencia del benemérito don José Figueres.
Fue una gran fiesta cultural que hasta entonces no tenía precedentes, y de la que fueron parte una Bienal de Pintura, con la que se inauguró el nuevo edificio de la Biblioteca Nacional; una Feria del Libro, un Festival de Teatro y un encuentro de escritores; y a la cabeza de la organización estuvimos el ministro de Cultura, Alberto Cañas Escalante, el presidente de la Asociación Costarricense de Escritores, Samuel Rovinski, y yo, como secretario general del CSUCA.
Desde entonces, y estoy hablando de años juveniles, la idea fue que si Centroamérica representaba una identidad cultural en su diversidad, debíamos apuntar a la excelencia por encima de la mediocridad: convocamos a la bienal a los mejores pintores y los premios fueron otorgados por un jurado que integraban Marta Traba, Fernando de Szyszlo y José Luis Cuevas. El premio mayor fue para el guatemalteco Luis Diaz, con el tríptico Guatebala.
El jurado del festival de teatro lo presidió uno de los grandes directores de Broadway, el panameño José Quintero, que entonces ponía en escena en exclusiva las obras de O’Neill. Y entre los escritores tuvimos a José Coronel Urtecho, Fabián Dobles, Carmen Naranjo, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Rogelio Sinán, Álvaro Menen Desleal, Carlos Martínez Rivas, Augusto Monterroso.
Bajo esos mismos parámetros de excelencia se fundó Centroamérica Cuenta en 2013, y en esta gran aventura cultural de doble vía, que nació en Nicaragua, ensayamos a mostrar lo mejor de nuestra literatura, y traer hacia nosotros lo mejor de la literatura de la lengua española y de otras lenguas: son esta vez más de 130 invitados provenientes de 21 países, entre escritores, artistas, músicos, cronistas, cineastas, críticos literarios, editores, traductores, promotores culturales, que participarán en 54 conversatorios, 21 presentaciones de libros y 6 talleres de formación literaria y periodística, además de exposiciones, simposios y conferencias, aquí en el Teatro Nacional y en otros escenarios de San José, para un total de 92 actividades.
Cuando la crisis que vive Nicaragua nos obligó a cancelar el encuentro del año pasado, buscamos un escenario alterno y encontramos asilo generoso en Costa Rica de parte del gobierno del presidente Carlos Alvarado, novelista él mismo. Y estamos hoy aquí, abriendo Centroamérica Cuenta gracias al empeño entusiasta de su ministra de cultura, nuestra amiga Sylvie Durán, quien supo articular los apoyos nacionales necesarios. Y fuimos acogidos, generosamente también, por la Cámara Costarricense del Libro como invitados de honor de la Feria Internacional del Libro, con la que coincidimos dichosamente en fechas, en empeño común; por lo que damos las gracias al presidente de la cámara, Luis Bernal Montes de Oca.
Por nuestra parte, Centroamérica Cuenta tiene en su directora Claudia Neira, a la cabeza de un equipo de probada eficacia, a una mujer de iniciativa, dueña del entusiasmo, la dedicación y la creatividad necesarios para que esta máquina de variada invención ande con precisión y sabiduría.
No podíamos haber encontrado una sede mejor que Costa Rica para seguir adelante con Centroamérica Cuenta, un país dueño de una dilatada tradición cultural, y que ha sido siempre, además, tierra de acogida, como lo es ahora y lo fue a lo largo del siglo veinte, abierto y generoso con los centroamericanos forzados a huir de sus propios países ante olas represivas, dictaduras y golpes de estado. Los intelectuales, artistas y escritores nicaragüenses, sólo para mencionar a los más cercanos, han sido recibidos aquí a lo largo de la historia como huéspedes o expatriados: desde Rubén Darío a Salomón de la Selva, Ernesto Cardenal y Pedro Joaquín Chamorro, lo mismo que ahora su hijo, Carlos Fernando Chamorro, periodista también; Armando Morales y Gioconda Belli. Lo digo yo que viví 14 años en este país, y al que siempre regreso como a mi propia casa.
La ola que ha empujado ahora a Centroamérica Cuenta hacia Costa Rica ha arrastrado a miles de refugiados que huyen de la persecución y la violencia, de la inseguridad y la precariedad económica. Gracias, amigo presidente, por la generosidad con que mis compatriotas en desgracia han sido acogidos, igual que tantos otros en el pasado. La sombra de la xenofobia existe, pero no es la norma. La norma es la generosidad. Y el rechazo al otro, al que que es distinto, es un fenómeno que hoy revive en el mundo alentado por la demagogia que incita al miedo y busca apelar a los sentimientos más primitivos.
Vivimos en una pequeña región del mundo que ha sido y sigue siendo puente de culturas, donde igual que en el resto de nuestra América las calamidades y los desafíos de la realidad se trasiegan a la literatura, y constituyen para ella un alimento sustancial.
La violencia, la opresión, el desarraigo, las emigraciones forzadas, la corrupción, las pandillas, los carteles del narcotráfico, la desigualdad social. No se trata de matricular a la literatura alrededor de un catálogo de temas obligados, porque la libertad creativa es insustituible, y la escritura es el más libre y soberano de los actos; pero esas voces de la realidad tienen una fuerza de atracción poderosa para los narradores de historias, porque las vidas de los seres humanos son la materia de la literatura, y en la medida en que esas vidas son afectadas por la anormalidad de la realidad, que es la anormalidad de la historia, la literatura sucumbe ante el peso de esas voces insistentes, y es entonces cuando la realidad se transforma en arte vivo, y la literatura imita a la vida.
Quiero terminar haciendo dos evocaciones: la de Ulises Juárez Polanco, el escritor nicaragüense de gran promesa, quien murió tan injustamente joven, primer director de Centroamérica Cuenta, cuando sacamos este proyecto de la nada, con pocos recursos pero con todo el entusiasmo que él supo ponerle. A su memoria dedicamos esta edición del festival.
Y evocamos también a Eunice Odio, cuyo centenario de nacimiento celebramos este año. Fue una mujer que rompió con las ataduras de su tiempo, igual que lo hizo su contemporánea Yolanda Oreamuno. Y su voz soberana, con un registro lirico excepcional, expresa esa rebeldía que mantuvo hasta el último aliento. Una de las grandes voces de la literatura centroamericana.
Gracias de nuevo, amigo presidente, por acogernos en esta tierra que sentimos de todos. Volveremos cuando usted nos diga que nos espera de nuevo. Cuente con Centroamérica Cuenta.